sábado, marzo 21, 2020

La ejecución de la ira


Tik tik tik.
Suena bajo la respiración de un condenado. Tik tik tik.
Nadie sabe de dónde viene el sonido.
Le revisan las cadenas, le miran dentro de la boca. Le arañan las manos para ver el dorso y la palma.
Tik tik tik. El magistrado se agita un poco mientras da la venia para la ejecución. Los guardias titubean. 
Ellos siempre acompañan a infelices que se arrastran suplicando piedad o murmurando rezos ininteligibles. A muchos tienen que hacerlos avanzar a patadas. Pero este condenado no les ha dirigido la mirada nunca, ni siquiera en la corta estadía en su celda. No paraba de mirar a un punto fijo con la vista nublada. La mayoría prefería rehuirle, considerando que no le quedaba mucho hasta que su sentencia lo llevara al patíbulo de la horca.
Tik tik tik seguía resonando más agudo, más persistente. No había nadie en ese semi círculo que pudiera fingir no oírlo.
El guardia que hacía las veces de verdugo miró hacia el magistrado, como pidiendo su permiso, asegurándose de que era lo correcto.
Todos sabían porqué había terminado en ese lugar, todos conocieron las circunstancias extrañas del juicio. Y no había una sola persona que no sintiera los vellos de la nuca erizados y la respiración agitada, ante los párpados a medio separar del condenado, su mandíbula apretada y el sonido inconfundible de la ira palpitando como la bomba de tiempo que él mismo era.
No había nadie entre esas paredes tan bajas que no deseara saltarlas, pues mientras la soga era enroscada en el cuello del más iracundo de los humanos, el magistrado, los guardias y demás vigilantes tuvieron la inconmensurable conciencia de que quizá los condenados iban a ser ellos.

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