miércoles, septiembre 18, 2019

Rojo










Apagar todo.

Y volver a subir un acantilado que tiene una sola vía de retorno. Como el terco Sísifo, tener la porfía de continuar por un rumbo conocido hasta rodar de vuelta, tintineando.

La osadía y la derrota. En ese orden concatenadas, siempre el destino de un cristal violeta tan pálido que nunca podría ser otra cosa. La esfera tintineante empieza su camino de regreso, sabiendo que intentará subir de nuevo, evaporando sus fuerzas y dejando una estela sin color que recordar.

Y aunque quiera apagarlo todo, no puede, pues hay un reflejo persistente en la esfera: el centelleo de una fuente inagotable de calor. 

El camino es tan cálido que quema su tonalidad pálida; también es muy frágil, similar a un lago congelado que en cualquier momento podría trizarse con un paso mal dado. Pero esa es justamente la osadía de buscar un color incluso en la derrota. Porque, al final, el cristal de la esfera depende de ese sendero frágil para no quebrarse y poder rodar de vuelta.