sábado, noviembre 16, 2019

Saturnine


"No necesitas predicar" 

Los días se sucedían extraños, aletargados como una eterna calle de Macondo, en donde las únicas leyes eran la abulia o la ansiedad.

Sin embargo, más allá de los muros, se veían destellos en el cielo, un ruido furioso de metales y palos chocando. Humo teñido rojo, ladridos de quiltros, disparos y un coro de voces dolientes que ni en Antígona.

Pero dentro de los muros, el sonido tendía a comerse a sí mismo, a disiparse en los espejismos que rebotaban contra el suelo. 

El habitante se confundía en su habitar, quería esconderse de las luces distantes. Quería llegar a ellas. 

Quería encontrar de nuevo el brillo que durante un miserable lapso avivó su violeta tan pálido. Un lapso miserable como sus propios pasos. Como su voz atascada. Un lapso que le devolvió sus ojos. Y ahora no podía parar de ver que estaba completamente solo y que, a lo lejos, el mundo se retorcía.

El habitante se llevó la mano al pecho un instante, pero la retiró rápido. Ahí tampoco había nada.