martes, marzo 31, 2020

miércoles, marzo 25, 2020

Seis pies bajo tierra

Creo que el infierno debe ser muy frío. La mayoría se lo imagina hirviendo. El mismo Boticcelli tiene gente quemándose, vociferando gritos de dolor y arrepentimiento.

Yo no creo en el infierno.

Pero de existir, sería helado y silencioso.

Y el arrepentimiento hablaría en siseos confundidos de quién no supo qué ni cómo decir. Que no supo cuándo sí persistir.

El infierno sería una caverna de reflejos indiferentes, con miradas de reproche, que al volver a verlas, suspirarían pasivas.



sábado, marzo 21, 2020

La ejecución de la ira


Tik tik tik.
Suena bajo la respiración de un condenado. Tik tik tik.
Nadie sabe de dónde viene el sonido.
Le revisan las cadenas, le miran dentro de la boca. Le arañan las manos para ver el dorso y la palma.
Tik tik tik. El magistrado se agita un poco mientras da la venia para la ejecución. Los guardias titubean. 
Ellos siempre acompañan a infelices que se arrastran suplicando piedad o murmurando rezos ininteligibles. A muchos tienen que hacerlos avanzar a patadas. Pero este condenado no les ha dirigido la mirada nunca, ni siquiera en la corta estadía en su celda. No paraba de mirar a un punto fijo con la vista nublada. La mayoría prefería rehuirle, considerando que no le quedaba mucho hasta que su sentencia lo llevara al patíbulo de la horca.
Tik tik tik seguía resonando más agudo, más persistente. No había nadie en ese semi círculo que pudiera fingir no oírlo.
El guardia que hacía las veces de verdugo miró hacia el magistrado, como pidiendo su permiso, asegurándose de que era lo correcto.
Todos sabían porqué había terminado en ese lugar, todos conocieron las circunstancias extrañas del juicio. Y no había una sola persona que no sintiera los vellos de la nuca erizados y la respiración agitada, ante los párpados a medio separar del condenado, su mandíbula apretada y el sonido inconfundible de la ira palpitando como la bomba de tiempo que él mismo era.
No había nadie entre esas paredes tan bajas que no deseara saltarlas, pues mientras la soga era enroscada en el cuello del más iracundo de los humanos, el magistrado, los guardias y demás vigilantes tuvieron la inconmensurable conciencia de que quizá los condenados iban a ser ellos.

jueves, enero 30, 2020

Música


Un poco de sentido en esta disonancia permanente. El zumbido que no dejaba de retumbar, se aleja acallado.

El dolor empieza a cobrar forma y ya no es un balín dentro del pecho. Se disuelve y alcanza su verdadera extensión. Es líquido y semihumano, líquido e inanimado. Una forma extraña de convertir el sonido de notas que chocaban entre sí.

El dolor tiene una forma que se mueve en una frecuencia que puedo entender. Hace el ruidito triste de una tonada destinada a consumirse hasta que deje de quemar, hasta que el dolor líquido se evapore y no sea más que un recuerdo confuso, escrito en una partitura silenciosa al fin. 


sábado, noviembre 16, 2019

Saturnine


"No necesitas predicar" 

Los días se sucedían extraños, aletargados como una eterna calle de Macondo, en donde las únicas leyes eran la abulia o la ansiedad.

Sin embargo, más allá de los muros, se veían destellos en el cielo, un ruido furioso de metales y palos chocando. Humo teñido rojo, ladridos de quiltros, disparos y un coro de voces dolientes que ni en Antígona.

Pero dentro de los muros, el sonido tendía a comerse a sí mismo, a disiparse en los espejismos que rebotaban contra el suelo. 

El habitante se confundía en su habitar, quería esconderse de las luces distantes. Quería llegar a ellas. 

Quería encontrar de nuevo el brillo que durante un miserable lapso avivó su violeta tan pálido. Un lapso miserable como sus propios pasos. Como su voz atascada. Un lapso que le devolvió sus ojos. Y ahora no podía parar de ver que estaba completamente solo y que, a lo lejos, el mundo se retorcía.

El habitante se llevó la mano al pecho un instante, pero la retiró rápido. Ahí tampoco había nada.


domingo, octubre 13, 2019

Inmersión total



Cuatro. Seis. Ocho.
Cuatro. Siete. Ocho.
Cinco. Cinco. Cuatro. 
Tres. Dos. Tres.
Cero. Cero. Cero

No siempre parece un acto reflejo.


miércoles, septiembre 18, 2019

Rojo










Apagar todo.

Y volver a subir un acantilado que tiene una sola vía de retorno. Como el terco Sísifo, tener la porfía de continuar por un rumbo conocido hasta rodar de vuelta, tintineando.

La osadía y la derrota. En ese orden concatenadas, siempre el destino de un cristal violeta tan pálido que nunca podría ser otra cosa. La esfera tintineante empieza su camino de regreso, sabiendo que intentará subir de nuevo, evaporando sus fuerzas y dejando una estela sin color que recordar.

Y aunque quiera apagarlo todo, no puede, pues hay un reflejo persistente en la esfera: el centelleo de una fuente inagotable de calor. 

El camino es tan cálido que quema su tonalidad pálida; también es muy frágil, similar a un lago congelado que en cualquier momento podría trizarse con un paso mal dado. Pero esa es justamente la osadía de buscar un color incluso en la derrota. Porque, al final, el cristal de la esfera depende de ese sendero frágil para no quebrarse y poder rodar de vuelta.