lunes, diciembre 19, 2016

Itami



Una especie de dolor permanente: en las garras, en la cola, las orejas y hasta los bigotes.

Sin equilibrio, tambaleante, el gato avanzó entre panderetas que no podía reconocer. Aunque hubiese querido, le habría resultado imposible volver al tejado del que lo echaron, no recordaba hacia dónde caminar, tampoco recordaba bien cómo es que lo habían sacado de ahí. 

Estaba cansado, quería estirarse y dormir ahí mismo, pero no podía. Si se dormía, sus sueños de gato lo llevarían de vuelta sin que lo llamaran. 

Y los gatos, que pueden esperar todas sus siete vidas un suceso, no lo buscan sin que los llamen. Porque de lo contrario, le empiezan a doler las garras, la cola, las orejas y hasta los bigotes.

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